miércoles, septiembre 26, 2007

La mamá de Tuni

Estela y yo adoramos a los gatos. Actualmente convivimos con tres: "Lola" y "Tuni", gatas de uno y tres años respectivamente, y "Bufón", macho de un año. Tuni había sido recibida en adopción por mi esposa desde que nació; Bufón y Lola fueron rescatados de las jaulas del automercado "Don Perro". Hace unos meses, un conocido de mi esposa que debía viajar al exterior, nos pidió encargarnos durante su ausencia de sus dos gatas: la abuela y la madre de nuestra Tuni.

Trajimos a las gatas a nuestro apartamento la tarde del sábado 15. Para evitar cualquier problema, las colocamos en una habitación aparte. Algo asustadas, pasaron el primer día escondidas detrás de unas cajas. El domingo 16, temprano en la mañana, nos despertamos y fuimos a ver como estaban. Descubrimos que habían abierto una de las ventanas corredizas y la mamá de Tuni disfrutada plácidamente en el dintel de la ventana. Al vernos entrar, reaccionó sorpresivamente... y saltó. Gracias a la reja de la ventana, tuve un segundo para alcanzarla y sujetarla por las patas traseras y la cola, dado que ya tenía medio cuerpo colgando para afuera por entre los barrotes. De haber puesto tinta en sus uñas y dientes, mis brazos y manos parecerían una escultura de Jackson Pollock. La cantidad de mordidas y arañazos que recibi son incontables. Los más profundos se distinguen por la cantidad de tendones y fibras musculares que pueden verse; los más ligeros por la cantidad de sangre que manaban.

Mis llamados a Estela para que me alcanzara un trapo para envolver al enloquecido animal, eran opacados por la furia de sus maullidos y bufidos, que el silencio de esa mañana dominical aumentaba escandalosamente. Para rematar, Tuni se dedicó a atacarnos. A Estela le saltó hasta la cara y le mordió gravemente un costado de la boca.

Entre el dolor de las heridas y la incomodidad de sujetar al animal que cuelga y se revuelve en el vacío, la gata terminó saliendose con la suya. Mientras maldecía más verbal que mentalmente, lo único que escuché fue el golpe que se dió contra el techo de uno de los carros de abajo. A medio vestir y con sangre y ardor por todos lados, corrimos con intención de capturarla. Estela bajó al estacionamiento, mientras yo fabricaba un lazo corredizo con un palo de escoba y cordel de plástico. La vimos debajo de uno de los carros, pero cuando nos acercamos huyó. Revisamos detrás de aquí, debajo de allá. Inútilmente fuimos a los edificios vecinos. Regresamos al apartamento a lamernos las heridas y planificando que hacer. Y sobretodo, cómo decirle al dueño. Pasé el resto del domingo asomandome por las ventanas y los dos balcones esperando verla, confiado en que regresaría de algún modo. Mientras esperaba, lo único que me distraía era maldecir el interminable ardor de las heridas, a las cuales les resbaló por igual el alcohol que el jabón azul.

Esa noche como a las 11, por aquello que el escritor Joaquín Ortega anotó en la publicación anterior como "casualidad o causalidad", asomado en uno de los balcones veo a la mamá de Tuni pasar gacha, rauda entre las sombras, hacia los automóviles del edificio. Y aunque bajamos apertrechados con sábanas, cajas y comida, lo único que hicimos fue correr de un lado al otro en la ceguera de la mala iluminación de esa mierda que llaman estacionamiento, plus nuestra miopía, donde esta gata de color pardo era más invisible que el Depredador. No pudimos capturarla y peor, ver hacia donde huyó. Aún hoy la mamá de Tuni permanece perdida. (Y no hay recompensa)

El miércoles 19 me desperté con un terrible vértigo que me hizo recordar mis mejores días en la universidad. Yendo de la cama al living caí de lado, de frente y de perfíl. Tenía náuseas, dolor de cabeza y la temperatura corporal y el ritmo cardíaco estaban por debajo de sus normales. Esa tarde fuí inyectado contra el tétanos y ordenado por la médico jefe de Epidemiología del Distrito Sanitario Nº 1, ubicado en La Pastora, comenzar al día siguiente un tratamiento antirrábico preventivo completo, consistente en una inyección subcutánea diaria alrededor del ombligo durante siete días. Hoy fue la sexta inoculación.

Por su parte, a la abuela de Tuni, madre de la evadida, lo sucedido pareció no afectarle. Poco a poco se acercó a nosotros. Salió de la habitación, exploró la casa e interactuó pacíficamente con los otros gatos. Pero al poco tiempo dejó de comer. Después de cinco días en esta situación, comenzó a vomitar y a evacuar (fuera de la caja) en forma diarréica, apreciándose muestras sanguíneas en el fétido líquido sepia (que se secó sobre el piso de granito y ahora no sale...) que hacía en vez de heces. Ayer martes 25 la llevé al veterinario, quien decidió su hospitalización durante cuatro días días. Aunque parece estar bien, debe ser hidratada vía endovenosa y se le harán exámenes sanguíneos toxicológicos. Debo cancelar Bs. 1.050.000 (BsF. 1.050) por este episodio.

Y pensar que acepté encargarme de las gatas, por que quería fotografíar a Tuni con su mamá y su abuela... Tres generaciones de gatas...

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